EL PUKARA CRUCES DE
MISIÓN.
Por: José Luis Espinoza
E.
20-VI-2015.
ANTECEDENTES.
Por lo general los cerros sagrados y pukaras son áreas planas pequeñas o
escalonadas que se encuentran en las cimas de las montañas, en dónde se evidencia la presencia de material
cultural precolombino. La proximidad de estos sitios al valle de Gualaceo, sus ríos, y el paso de senderos precolombinos
cercanos a estos, corroboran, la función de santuarios o pukaras. En
general estos espacios no son aptos para
vivienda por ser muy empinados o por estar ubicados algunos sobre fallas geológicas y tampoco son idóneos
para la agricultura por la falta de fuentes de agua cercanas.
Esta área
emblemática conforma una “Geografía Sagrada del Azuay”, un paisaje cultural privilegiado, en donde los antiguos
habitantes, rindieron culto a sus
deidades supremas. En este valle se emplazaron los cañaris precolombinos de la
cultura Tacalshapa y los incas.
En 1582, el
Corregidor de Cuenca Antonio Bello Cayoso solicitó a los curas doctrineros
información de los pueblos y doctrinas de
esta provincia y en las Relaciones Geográficas quedaron registradas
algunas costumbres religiosas locales y de la adoración de sus pobladores a
ciertos elementos naturales como son montes, lagunas, rocas, piedras y árboles
grandes. Los habitantes andinos creían que algunas divinidades y los espíritus
de sus ancestros “vivían” en las montañas y es por eso es que algunos ritos lo
hacían en ellas, como se puede constatar en la actualidad.
El área en mención, se encuentra
amenazada y soporta una fuerte presión de deterioro, atribuida al permanente
uso de los recursos energéticos como leña y yerba a lo largo de miles de años y
a los embates de la modernidad como son la explosión demográfica y una
descontrolada urbanización de estos sitios. Como consecuencia, se
evidencian la deformación del paisaje por efectos de la
minería, la deforestación y reforestación con especies exóticas que han
destruido los suelos, extinguiendo además la flora y fauna nativas. Por lo tanto, se
hace urgente una declaratoria de protección
de estos lugares de gran valor cultural para sus comunidades.
EL CERRO
Tiene registro del INPC AY-01-11-52-000-09-000009
y se
encuentra en la parroquia de La Unión
del cantón Chordeleg, provincia del Azuay, coordenadas s. 749704 y w. 9675268 a 2.
847m.s.n.m.
Se accede desde Cuenca a Chrordeleg por
vía asfaltada hasta un desvío desde donde se continúa por un carretero lastrado
hasta las faldas del cerro, luego se toma un sendero a pie hasta
la cumbre.
El cerro tiene forma
cónica y cuenta con escalonados hacia el lado oriental y un acantilado hacia el
borde occidental que sirve de barrera natural. Los escalonados del lado
oriental se encuentran alternados, un rasgo muy característico que difiere de
los pucaras incas, que generalmente tienen escalonados regulares en forma de
una torta. Los escalonados miden aproximadamente dos metros, barreras que dificultaban el acceso del atacante. Por lo
general estas barreras se encuentran en hacia los lados más vulnerables. Por las faldas
del cerro atraviesa un camino antiguo que
debió permitir el acceso de los participantes en el conflicto.
En la cima del monte se
levantan dos enormes cruces de madera,
que nos recuerda las disposiciones emitidas por 1575 por el Virrey Francisco de
Toledo, en la que se disponía la colocación de cruces en casas, junta de
caminos y colinas en donde se practicaban “idolatrías”.
Si bien este cerro no
es un sitio ceremonial; sin embargo, la colocación de cruces en algunos cerros
se volvió con el tiempo, una tradición vinculada con la Pasión de Cristo. Es
así como se colocaron cruces en otros
sitios como también se levantaron capillas, ermitas, etc. Convirtiéndose a la
larga en sitios de peregrinación y culto católico, como en este caso. Al lugar asisten en
romería cada año los habitantes del lugar, en el día de las Cruces.
LOS CONFLICTOS
INTERNOS.
Estos sitios defensivos
no eran una exclusividad de los incas, anteriormente los cañaris precolombinos
ya contaban con lugares defensivos. Un
relato de 1582 del cura doctrinero de San Fancisco de Paleusí del Azogue,
fray Gaspar de Gallegos nos relata las tensiones internas entre grupos de una
misma cultura en este caso, los cañaris:
“ Solían ser gobernados cada parcialidad de su cacique principal, y este
cacique principal, que se llamaba
Puezar, traía siempre guerra con la provincia de Hatun Cañar que está a 4
leguas de aquí; y algunas veces iban los caciques a pelear unos con otros; y
tenían sus términos señalados de cada pueblo; y cuando iban los de aquí a dar
batalla a los de Hatun Cañar, salían ellos al encuentro a los términos de sus
pueblos; y así traían sus guerras antes que el Inga viniese; y que peleaban con
unas mazas que tenían hechas de madera… que la buscaban en los montes a posta,
y cuando mucho les labraban con pedernales”.
Hernando Pablos, un vecino de Cuenca manifestaba en 1582 que: “ El uso y
manera de su pelear era que se untaban la cara, brazos y piernas con un betún
que ellos tienen que se llama bandul que es colorado, y con unos zamarros, a
manera de camisetas, de plumas de papagallo y algunas estampas de plata, con
sus lanzas de palma y otros con hondas, y otros con tiranderas que son unas
varas que se tiran estos cañares a 50 y 60 pasos; y otros con macanas, que es
su nombre a manera de montantes ce palma, y algunas porras de piedra; con las
cuales, formando su escuadrón, se mataban unos a otros en la dicha guerra,
llegándose tan juntos, que a manos se mataban, según dicho es”.
EL “JUEGO” DEL PUKARA.
Por otro lado, existían
también otras costumbres que implicaban actos reñidos entre grupos de comunidades cercanas como el caso de
Gullanzhapa y Maluay al sur de Cuenca,
que practicaban las luchas del Pukara en
la que dos comunidades acordaban una lucha a pedradas, hasta que
hubiese sangre, la misma que inconscientemente era una ofrenda a la tierra, la que propiciaría buenas cosechas.
Es probable que muchos
de estos cerros estuvieran vinculados también a estos ritos de fertilidad,
practicados desde la época precolombina.
LAS ARMAS.
Los museos de la ciudad
cuentan con una variedad de armas que eran utilizadas por estos grupos, entre ellas se encuentran las hachas de
piedra, mazas o rompecabezas, y las flechas silbadoras de metal que producirán
terror por su agudo sonido. También contaban con la onda, arma que podía ser lanzada a distancia; por lo general, la lucha era de cuerpo a cuerpo.
PATRIMONIO CULTURAL.
En cualquiera de los
casos, estos sitios tienen un valor importante para la historia de las
comunidades locales, tanto pukaras como santuarios se convierten en
un patrimonio tangible por lo que deben declarase, áreas protegidas. Estos lugares
deben ser investigados, preservados y difundidos por todos quienes valoramos la cultura tangible e intangible de nuestros pueblos.