miércoles, 29 de julio de 2015





EL PUKARA CRUCES DE MISIÓN.

Por: José Luis Espinoza E.
20-VI-2015.

ANTECEDENTES.

Por lo general los cerros sagrados y pukaras son áreas planas pequeñas o escalonadas que se encuentran en las cimas de las montañas, en dónde  se evidencia la presencia de material cultural precolombino. La proximidad de estos sitios al valle de Gualaceo,  sus ríos, y el paso de senderos precolombinos cercanos a estos, corroboran, la función de santuarios o pukaras. En general estos espacios no son  aptos para vivienda por ser muy empinados o por estar ubicados algunos  sobre fallas geológicas y tampoco son idóneos para la agricultura por la falta de fuentes de agua cercanas.
Esta área emblemática conforma una “Geografía Sagrada del Azuay”, un paisaje cultural privilegiado, en donde los antiguos  habitantes,  rindieron culto a sus deidades supremas. En este valle se emplazaron los cañaris precolombinos de la cultura Tacalshapa y los incas.

En 1582, el Corregidor de Cuenca Antonio Bello Cayoso solicitó a los curas doctrineros información de los pueblos y doctrinas de  esta provincia y en las Relaciones Geográficas quedaron registradas algunas costumbres religiosas locales y de la adoración de sus pobladores a ciertos elementos naturales como son montes, lagunas, rocas, piedras y árboles grandes. Los habitantes andinos creían que algunas divinidades y los espíritus de sus ancestros “vivían” en las montañas y es por eso es que algunos ritos lo hacían en ellas, como se puede constatar en la actualidad.

El área en mención, se encuentra amenazada y soporta una fuerte presión de deterioro, atribuida al permanente uso de los recursos energéticos como leña y yerba a lo largo de miles de años y a los embates de la modernidad como son la explosión demográfica y una descontrolada urbanización de estos sitios. Como consecuencia, se evidencian  la  deformación del paisaje por efectos de la minería, la deforestación y reforestación con especies exóticas que han destruido los suelos, extinguiendo además la flora y fauna nativas. Por lo tanto, se hace urgente una declaratoria de protección  de estos lugares de gran valor cultural para sus comunidades.

EL CERRO

Tiene registro del INPC AY-01-11-52-000-09-000009 y se encuentra  en la parroquia de La Unión del cantón Chordeleg, provincia del Azuay, coordenadas s. 749704 y w. 9675268 a 2. 847m.s.n.m.
Se accede desde Cuenca a Chrordeleg por vía asfaltada hasta un desvío desde donde se continúa por un carretero lastrado hasta las faldas del cerro, luego se toma un sendero a pie hasta la cumbre.

El cerro tiene forma cónica y cuenta con escalonados hacia el lado oriental y un acantilado hacia el borde occidental que sirve de barrera natural. Los escalonados del lado oriental se encuentran alternados, un rasgo muy característico que difiere de los pucaras incas, que generalmente tienen escalonados regulares en forma de una torta. Los escalonados miden aproximadamente dos metros, barreras que  dificultaban el acceso del atacante. Por lo general estas barreras se encuentran en  hacia los lados más vulnerables. Por las faldas del cerro atraviesa un camino antiguo que  debió permitir el acceso de los participantes en el conflicto.

En la cima del monte se levantan dos enormes  cruces de madera, que nos recuerda las disposiciones emitidas por 1575 por el Virrey Francisco de Toledo, en la que se disponía la colocación de cruces en casas, junta de caminos y colinas en donde se practicaban “idolatrías”.

Si bien este cerro no es un sitio ceremonial; sin embargo, la colocación de cruces en algunos cerros se volvió con el tiempo, una tradición vinculada con la Pasión de Cristo. Es así como se colocaron cruces  en otros sitios como también se levantaron capillas, ermitas, etc. Convirtiéndose a la larga en sitios de peregrinación y culto católico, como en este caso. Al lugar asisten en romería cada año los habitantes del lugar, en el día de las Cruces.


LOS CONFLICTOS INTERNOS.

Estos sitios defensivos no eran una exclusividad de los incas, anteriormente los cañaris precolombinos ya contaban con lugares defensivos.  Un relato de 1582 del cura doctrinero de San Fancisco de Paleusí del Azogue, fray  Gaspar de Gallegos nos relata  las tensiones internas entre grupos de una misma cultura en este caso, los cañaris:  “ Solían ser gobernados cada parcialidad de su cacique principal, y este cacique principal,  que se llamaba Puezar, traía siempre guerra con la provincia de Hatun Cañar que está a 4 leguas de aquí; y algunas veces iban los caciques a pelear unos con otros; y tenían sus términos señalados de cada pueblo; y cuando iban los de aquí a dar batalla a los de Hatun Cañar, salían ellos al encuentro a los términos de sus pueblos; y así traían sus guerras antes que el Inga viniese; y que peleaban con unas mazas que tenían hechas de madera… que la buscaban en los montes a posta, y cuando mucho les labraban con pedernales”.

Hernando Pablos, un vecino de Cuenca manifestaba en 1582 que: “ El uso y manera de su pelear era que se untaban la cara, brazos y piernas con un betún que ellos tienen que se llama bandul que es colorado, y con unos zamarros, a manera de camisetas, de plumas de papagallo y algunas estampas de plata, con sus lanzas de palma y otros con hondas, y otros con tiranderas que son unas varas que se tiran estos cañares a 50 y 60 pasos; y otros con macanas, que es su nombre a manera de montantes ce palma, y algunas porras de piedra; con las cuales, formando su escuadrón, se mataban unos a otros en la dicha guerra, llegándose tan juntos, que a manos se mataban, según dicho es”.


EL “JUEGO” DEL PUKARA.

Por otro lado, existían también otras costumbres que implicaban actos reñidos entre grupos de comunidades cercanas como el caso de Gullanzhapa  y Maluay al sur de Cuenca, que practicaban  las luchas del Pukara en la que dos comunidades acordaban una lucha a pedradas, hasta que hubiese sangre, la misma que inconscientemente era una ofrenda a la tierra, la que propiciaría buenas cosechas.

Es probable que muchos de estos cerros estuvieran vinculados también a estos ritos de fertilidad, practicados  desde la época precolombina.


LAS ARMAS.

Los museos de la ciudad cuentan con una variedad de armas que eran utilizadas por estos grupos,  entre ellas se encuentran las hachas de piedra, mazas o rompecabezas, y las flechas silbadoras de metal que producirán terror por su agudo sonido. También contaban con la onda, arma que  podía ser lanzada a distancia; por lo  general, la lucha era de cuerpo a cuerpo.


PATRIMONIO CULTURAL.

En cualquiera de los casos, estos sitios tienen un valor importante para la historia de las comunidades locales,  tanto pukaras como santuarios se convierten en un patrimonio tangible por lo que deben declarase, áreas protegidas. Estos lugares deben ser investigados, preservados y difundidos por todos quienes  valoramos la cultura tangible e intangible de nuestros pueblos.